La llegada del Darién
Alonso de Ojeda, gobernador de la provincia de Nueva Andalucía, fundó el fuerte de San Sebastián en la costa oriental del golfo de Urabá. La resistencia indígena y la escasez de provisiones llevaron a Vasco Núñez De Balboa, a Martín Fernandez de Enciso, y a otros trescientos españoles sobrevivientes, a abandonar el fuerte y cruzar el golfo, en donde encontraron el poblado llamado Darién. Tras enfrentarse a quinientos indígenas bajo el mando del Cacique Cemaco, nombraron el lugar Santa María de la Antigua del Darién en honor a la Virgen sevillana, patrona de navegantes. Este fuerte, ubicado a 6 km de la costa río adentro, fue el primer enclave español en un entorno indígena. Balboa gobernó con una estrategia de terror y trueque, alternando guerras y alianzas con los caciques para asegurar recursos a la naciente colonia.
El Río Darién
La ciudad de Santa María de la Antigua y, antes de ella, el poblado de habla Cueva llamado Darién estaban fundados frente a un río que llevaba el mismo nombre del poblado. Como escribe Fernández de Oviedo:
A los treynta de junio de mill y quinientos catorce años (…) saltó Pedrarias en tierra y entró en la ciudad de Sancta Maria del Antigua del Darién con toda la gente que llevaba del armada (…) y estaba muy gentil población, y con un hermoso río que passa pegado a las casas de la ciudad, de muy buena agua y de muchos buenos pescados. Este es el río del Darién.
Darién es posiblemente una interpretación distorsionada por parte de los españoles de una palabra indígena, de origen Cueva, que indicaba el río y el poblado. Es posible que esta palabra fuera Tanel o Taren, incluso el mismo río fue llamado por mucho tiempo Tarena y luego Tanela, nombres que se usan hoy en la región.
Hoy en día el río Tanela, el antiguo Darién, corre a unos quinientos metros al occidente del sitio de la antigua ciudad y desemboca en la ciénaga de Marriaga. Pero sabemos, por investigaciones realizadas en campo y por el estudio de las imágenes satelitales, que el antiguo cauce del río Darién pasaba por el norte de la ciudad y del antiguo poblado indígena, desembocando en el mar. Además, un brazo secundario del río corría justo en el lado oeste del antiguo pueblo y otro lo cruzaba en su parte central. Este último seguía activo en la temporada de invierno al momento de la investigación del Rey Leopoldo III de Bélgica y de las primeras exploraciones de Graciliano Arcila. Por esta razón los dos investigadores habían confundido el brazo con el antiguo cauce principal, que corre unos seiscientos metros más al norte, pensando que la ciudad era mucho más pequeña de lo que realmente era.

Una Virgen Antigua En Un Mundo Nuevo
Los capitanes del Darién donaron una gran parte de su botín a la Virgen de la Antigua como forma de exvotos. El culto a esa particular María, de remotos orígenes bizantinos, entró en la península ibérica a partir del siglo XII, donde Nuestra Señora de la Antigua fue enlistada en la incesante cruzada contra los «infieles». Desde la toma de Jaén (1246) y Sevilla (1248) hasta la de Granada (1492) se repitió la misma escena: los cristianos, una vez ocupada la ciudad, transformaron la mezquita musulmana en iglesia cristiana. La primera imagen que entra en el nuevo templo es la Virgen de la Antigua.
Con la gran expansión europea del siglo XVI, este culto mariano adquirió dimensiones verdaderamente planetarias, sobre todo gracias a la veneración de marinos y navegantes de la imagen que se conserva en la Catedral Mayor de Sevilla. Las tripulaciones que zarpaban rumbo a las Indias acostumbraban postrarse frente a la Antigua en la capilla a ella consagrada.
El punto de partida de este ritual fue la convicción de los poderes milagrosos de la virgen. La imagen cumplía a la vez las funciones de talismán mágico, de reliquia sacra y de atributo de autoridad. Lo que dió valor a este tipo de imágenes no fue ni su carácter estético, ni su valor comercial, sino su carácter performático: del ícono se desprendía un poder milagroso, que triunfaba sobre los falsos ídolos de los «salvajes».
Por ejemplo Bartolomé de Las Casas nos cuenta que Alonso de Ojeda —primer conquistador en asentarse en el golfo de Urabá— recurría a Nuestra Señora de la Antigua, siempre que se tratara de evangelizar indígenas, de encomendarse en una batalla o de ganar un pleito. En Cuba Ojeda regaló una bella imagen de la Virgen al Cacique de Comanguey. Una expedición española que llegó después trató de troquearla con otra imagen de Santa María, «también devota pero no tanto». El torpe intento casi lleva a un enfrentamiento con los indígenas. Es un episodio que deja en claro la existencia de jerarquías bien establecidas entre los diferentes íconos marianos, a raíz de su potencial milagroso.
Estas imágenes, bajo forma de estandartes —pero también de libros de horas, pinturas, escudos, escapularios, cerámicas, rosarios—, servían para rescatar náufragos y desenmascarar protestantes, aplacar las olas marinas y derrotar a los indígenas. El gran tráfico de imágenes marianas respondía a la estrategia desplegada por el clero español para defender sus aspiraciones monopolistas en el proyecto de evangelización del Nuevo Mundo.
Los talleres sevillanos la reprodujeron en miles de obras de arte que viajaron por el mundo entero, de Flandes a Nápoles, de Nueva España al Darién, de las Filipinas al Reino de los Patagones. A comienzos del siglo XVI, Nuestra Señora de la Antigua pasó, bajo múltiples formas, por Santo Domingo y Canarias, luego por Tierra Firme, Panamá y México. Hernán Cortés le dedicó templos en Zampoala, Tabasco, Cozumel y Tlascala. En la catedral del Cusco, levantada sobre el palacio de Kiswar Kancha, hay un altar dedicado a ella.
Esa circulación de imágenes implicó abundantes retornos, tanto en el plano espiritual como en el material. Conquistadores y navegantes de regreso a casa cumplían con las promesas y las plegarias hechas, devolviendo una buena parte de sus riquezas, o simplemente de sus modestos haberes, a la capilla de referencia, lo cual a su vez ponía en marcha una economía local. Los exvotos cerraban el ciclo del fervor religioso, control político y bonanza económica que unía la Antigua del Darién con Sevilla.
Trozos De Tierra Privada
Los españoles se distribuyeron la tierra según las instrucciones que dio el rey Fernando a Pedrarias Dávila el 4 de Agosto de 1513:
Vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarias, y escogido el sitio más provechoso y en que incurren más las cosas que para el pueblo son menester, habéis de repartir los solares del lugar para hacer las casas, y estos han de ser repartidos según las calidades de las personas, y sean de comienzo dados por orden: así en el lugar que se dejare para la plaza, como el lugar en que estuviere la iglesia, como en la orden que tuvieren las calles, porque en los lugares que de nuevo se hacen dando la orden en el comienzo, sin ningún trabajo ni costa quedan ordenados y los otros jamás se ordenan.
Los solares, medidos con cien pasos de largo y ochenta de ancho, debían ser repartidos según los méritos de cada uno, y tenían prioridad los que habían llegado con las primeras expediciones de Alonso de Ojeda, Diego de Nicuesa y Martín Fernández de Enciso. Sin embargo, en el primer año de la llegada de la armada de Pedrarias, los pobladores se arrebataban los solares unos a otros y construían sin permiso en propiedades ajenas.