La gran flota que transportó una ciudad
El 30 de junio de 1514 una flota al mando de Pedrarias de Ávila —entre las más imponentes expediciones jamás organizadas a lo largo de la conquista— echó ancla en el surgidero que servía como puerto de la villa de Santa María de la Antigua del Darién, su destino final. A bordo había todo lo necesario para edificar una ciudad castellana en el medio de un continente aún desconocido para los europeos.
Se transportaban campanas, trompetas, armas, cálices de plata y opulentos atuendos religiosos, inclusive un órgano portátil: herramientas imprescindibles para moldear el espacio y el tiempo según la cosmovisión cristiana. En las estibas de naos y carabelas se guardaban pipas de harina y vino, ladrillos, clavos, semillas; también yeguas, caballos, perros de guerra, cerdos, gallinas, vacas, plantas, lo indispensable para reconstruir el propio terruño al otro cabo de la tierra. La expedición era una especie de Arca de Noé del Viejo Mundo haciendo vela hacia el Mundo Nuevo.
Ya no se trataba de una expedición militar compuesta exclusivamente de hombres, sino más bien de un verdadero microcosmos de la sociedad española: jerarquías político-militares —desde el gobernador hasta los ballesteros—, estamentos eclesiásticos —desde el obispo hasta el sacristán—, familias aristocráticas con su séquito de esclavos africanos; artesanos, marinos, soldados, cirujanos, labradores. Para la muestra de que no se trataba de una expedición militar, sino de una misión colonial a largo plazo, estaban los esfuerzos de incorporar mujeres y niños en el viaje. Poco o nada sabemos de la presencia femenina en la ciudad: los registros de los pasajeros a las Indias suelen indicar solo los nombres de varones adultos, a lo mejor especificando si viajan con una mujer, con hijas o con sirvientes.
De la tripulación hizo parte Gonzalo Fernández de Oviedo, un cortesano y hombre de letras que a último momento se embarcó como escribano, y que volvería como uno de los más importantes cronistas de Indias. Así describió “la mas hermosa gente y escogida que había passado á estas Indias”:
se allegaron muchos cavalleros ó hidalgos, y mucha gente de bien y muchos artesanos de diversos oficios; y assimesmo muchos labradores para la agricultura y labor del campo, que para hacer este viage de unas parces é otras siempre ocurrían á la fama deste oro.
La colonia, extremo baluarte militar de la avanzada de las huestes hispánicas hacia el sur-occidente, para ese entonces no era sino una aldea situada cerca del delta donde el río Grande de San Juan —hoy Atrato— desemboca en el golfo de Urabá, fundada por Vasco Núñez de Balboa y por Martín Fernández de Enciso cuatro años antes. Ahí un puñado de baquianos, curtidos a la milicia y vida de las Indias, vivía del trabajo forzado de miles de indígenas Cueva reducidos a la esclavitud. En las intenciones del nuevo gobernador Pedrarias, Santa María de la Antigua estaba destinada a devenir —por orden del Rey y con el consenso del Papa— la gran ciudad de Tierra Firme, recién bautizada con el grandilocuente nombre de “Castilla de Oro”.
La entrada de la armada de Pedrarias a Santa María de la Antigua del Darién marcó el fin de la colonia fundada por Balboa y el nacimiento de una nueva ciudad. La numerosa población indígena, presencia olvidada en las crónicas —testimonio mudo del acontecimiento—, también participa, en cautiverio, de la solemne puesta en escena del incipiente poder colonial español.
Un escudo colorado

Real Cédula, 10 de julio de 1515, Burgos. Firmada por el rey Fernando:
Por bien y por la presente señalo y título y nombró ciudad de Santa María de Antigua de Darién y mandó que de hoy sea por todos nombrada e intitulada y que goce de todas las preeminencias y prerrogativas e inmunidades y honras, que por ser ciudad, le deben ser guardadas y pueden y deben gozar, según lo usan y lo gozan la ciudades de estos reinos y señoríos de Castilla por el dicho título y otros. Doy que tenga por armas la dicha ciudad, un escudo colorado y dentro en él un castillo dorado y sobre él la figura del sol y, debajo del castillo, un tigre a la mano derecha y un lagarto a la izquierda, que estén enlazados el uno contra el otro, y por divisa la imagen de nuestra Señora de la Antigua. Las cuales dichas armas y divisa doy a la dicha ciudad para que las podáis traer y traigáis y poner y pongáis en los pendones y sellos de la dicha ciudad.
Un Laboratorio De La Conquista
La frontera darienita tuvo un rol crucial en el forjar las técnicas militares de la milicia indiana y las reglas de la vida colonial: la repartición del botín de guerra, la institución de la encomienda o el uso de hierbas medicinales para curar heridas.
Esa primera generación de conquistadores fue la que luego protagonizó la conquista del continente. Vasco Núñez de Balboa abrió la ruta hacia los mares del sur; Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque, capitanearon la conquista de Perú; Sebastián de Belalcázar llegó ahí para luego fundar Quito, Popayán y Cali; Hernando de Soto, gobernador de Cuba, exploró con sus hombres la Florida y el Mississippi; Pascual de Andagoya escribió una crónica de los sucesos de Tierra Firme y Martín Fernández de Enciso el primer manual de navegación moderno.
Así mismo, el obispo Juan de Quevedo protagonizó disputas teológicas sobre la esclavitud de los indios, enfrentándose a Bartolomé de las Casas en la corte de Carlos V; Bernal Díaz de Castillo participó en la conquista de México para luego relatarla como cronista; el gobernador Pedrarias de Ávila y su mujer, la marquesa Beatriz de Bobadilla, fueron señores y amos de Nicaragua y del istmo de Panamá.
La Antigua del Darién fue además el gran laboratorio desde donde se pensó un proyecto imperial a escala global. Las tierras consideradas “sin Dios, sin Rey y sin Ley” fueron conquistadas gracias a las nuevas tecnologías europeas del estado, la iglesia y el capital.
La corona necesitaba dotarse de un sistema burocrático-administrativo centralizado, capaz de ejercer con pulso el monopolio de las Indias y estimular el capital privado que sería invertido en la gigantesca empresa. Durante los mismos años que los navíos fueron y vinieron de Tierra Firme, en España surgieron los órganos del incipiente sistema colonial: la Casa de Contratación de Sevilla, fundada en 1503, la Real Casa de la Moneda, el puesto de Piloto Mayor (1508) y de Cartógrafo del Rey (1509) y finalmente la Junta de Indias (1516).
En esos frenéticos ires y venires de personas, navíos, cartas, estandartes y monedas, entre Sevilla y el Darién se echaron los cimientos, por ensayo y error, del imperio español.
Un proyecto utópico; la llegada de la armada de Pedrarias
Se impusieron poco a poco, al poblado conquistado, fragmentos de un imaginario lejano, reflejos de las ciudades españolas de las que habían llegado estos soldados y aventureros: la capilla dedicada a la Virgen de la Antigua, la plaza principal, el monasterio franciscano, la casa del cabildo y la iglesia de San Sebastián.
Estas ciudades utópicas, en medio de la selva inexplorada y llena de riquezas, se convirtieron en el mito del Dorado, expectativa con la que viajó la mayoría de los pasajeros de la armada de Pedro Arias De Ávila en 1514, transportando lo indispensable para iniciar una nueva vida al otro lado del mar.